Gino Severini Las redes sociales de hoy exigen brevedad y rapidez en los mensajes que muchas veces se miden por palabras y hasta por caracteres. ¿Qué criterios gobiernan esos contactos entre personas que se conocen poco o mucho y que viven en lugares cercanos o remotos? ¿Qué cuestiones se privilegian y qué se descartan en esos mensajes? ¿Se trata de poner a prueba la capacidad humana para contar cosas con pocas palabras? ¿Es otra manifestación del minimalismo? ¿Es un revival de los telegramas?
Otra cuestión que subyace en el planteo es que hay una tendencia a fomentar y legitimar el lenguaje propio del chat y del SMS donde no se profundizan ni se despliegan pensamientos frondosos ni estados del alma. ¡Nada de espacios de café al estilo argentino donde se fondean diálogos y charlas de los más diversos temas cotidianos y existenciales! ¡Nada de expansión espiritual ni de comunicación intersubjetiva que comprometa ideas, sentimientos y emociones!
Si bien estoy de acuerdo con la coexistencia de distintos códigos y formas de lenguaje en la vida real, no es una cuestión menor tener en claro que cada contexto de uso (familiar, de amigos, académico, técnico-laboral...) requiere el despliegue de parámetros adecuados y pertinentes. Este criterio es el que se privilegia cuando se plantea a los estudiantes que recién ingresan a la universidad, que tendrán que incorporar y fortalecer competencias lingüísticas y comunicativas orales y escritas imprescindibles para la vida académica.
Inmersos en las redes sociales-virtuales: ¿Seríamos capaces de contar y relatar de manera breve y estupenda quiénes somos y qué cosas nos identifican como personas en el mundo, tal como lo hace el escritor polaco Adam Zagajewski en este poema?
Autorretrato Adam Zagajewski
Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
En la música encuentro la fuerza, la debilidad y el dolor, los tres elementos.
El cuarto no tiene nombre.
Leo a poetas vivos y muertos, aprendo de ellos
tenacidad, fe y orgullo. Intento comprender
a los grandes filósofos -la mayoría de las veces consigo
captar tan sólo jirones de sus valiosos pensamientos.
Me gusta dar largos paseos por las calles de París
y mirar a mis prójimos, animados por la envidia,
la ira o el deseo; observar la moneda de plata
que pasa de mano en mano y lentamente pierde
su forma redonda (se borra el perfil del emperador).
A mi lado crecen árboles que no expresan nada,
salvo su verde perfección indiferente.
Aves negras caminan por los campos
siempre esperando algo, pacientes como viudas españolas.
Ya no soy joven, mas sigue habiendo gente mayor que yo.
Me gusta el sueño profundo, cuando no estoy,
y correr en bici por caminos rurales, cuando álamos y casas
se difuminan como nubes con el buen tiempo.
A veces me dicen algo los cuadros en los museos
y la ironía se esfuma de repente.
Me encanta contemplar el rostro de mi mujer.
Cada semana, el domingo, llamo a mi padre.
Cada dos semanas me reúno con mis amigos,
de esta forma seguimos siendo fieles.
Mi país se liberó de un mal. Quisiera
que le siguiera aún otra liberación.
¿Puedo aportar algo para ello? No lo sé.
No soy hijo de la mar,
como escribió sobre sí mismo Antonio Machado,
sino del aire, la menta y el violonchelo,
y no todos los caminos del alto mundo
se cruzan con los senderos de la vida que, de momento,
a mí me pertenece.
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