20 enero 2020

Buenos Aires según Jorge Luis Borges


Fundación Mítica de Buenos Aires              Jorge Luis Borges

¿Y fue por este río de sueñera y de barro que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos pintados entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que el río era azulejo entonces como oriundo del cielo con su estrellita roja para marcar el sitio en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil arribaron por un mar que tenía cinco lunas de anchura  y aún estaba poblado de sirenas y endriagos y de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la costa, durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo, pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitad del campo expuesta a las auroras y lluvias y sudestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un compadre, ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen, algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería sahumó como una rosa el desierto.
La tarde se había ahondado en ayeres, los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
la juzgo tan eterna como el agua y el aire.





09 enero 2020

El lenguaje de la poesía


August Macke




"El poema quizá no sea otra cosa que un repertorio privilegiado de palabras donde quedarse a vivir y gracias a las cuales dos hombres, extraños uno al otro, descubren, conmovidos, su semejanza".
Santiago Kovadloff

02 enero 2020

Filosofía en la poesía


Poema de los dones     Jorge Luis Borges


Salvador Dalí. Enigma sin fin
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.