Fundación Mítica de Buenos Aires Jorge Luis Borges
¿Y fue por este río de sueñera y de
barro que las proas vinieron a fundarme la patria?
Irían a los tumbos los barquitos
pintados entre los camalotes de la corriente zaina.
Pensando bien la cosa, supondremos que
el río era azulejo entonces como oriundo del cielo con su estrellita roja para
marcar el sitio en que ayunó Juan Díaz y los indios comieron.
Lo cierto es que mil hombres y otros mil
arribaron por un mar que tenía cinco lunas de anchura y aún estaba poblado de sirenas y endriagos y
de piedras imanes que enloquecen la brújula.
Prendieron unos ranchos trémulos en la
costa, durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo, pero son embelecos fraguados
en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio:
en Palermo.
Una manzana entera pero en mitad del
campo expuesta a las auroras y lluvias y sudestadas.
La manzana pareja que persiste en mi
barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay,
Gurruchaga.
Un almacén rosado como revés de naipe
brilló y en la trastienda conversaron un truco;
el almacén rosado floreció en un
compadre, ya patrón de la esquina, ya resentido y duro.
El primer organito salvaba el horizonte
con su achacoso porte, su habanera y su gringo.
El corralón seguro ya opinaba Yrigoyen,
algún piano mandaba tangos de Saborido.
Una cigarrería sahumó como una rosa el
desierto.
La tarde se había ahondado en ayeres,
los hombres compartieron un pasado ilusorio.
Sólo faltó una cosa: la vereda de enfrente.
A mí se me hace cuento que empezó Buenos
Aires:
la juzgo tan eterna como el agua y el
aire.