La pregunta que nos plantea el título de este post no es nueva, pero el devenir de las TIC en las aulas de todos los niveles educativos nos exige tomar distancia y evaluar cualitativamente lo realizado y proyectar nuevas estrategias que permitan fortalecer y sostener las competencias de los sujetos, tanto alumnos como profesores. ¿Tenemos evidencias de una formación rica basada en el uso de las TIC en las escuelas? ¿Las habilidades lingüísticas, cognitivas y de comunicación se han incrementado o se han desdibujado por el uso de las pantallas? ¿Qué aspectos se identifican como positivos y cuáles han fallado o han fracasado en las formas y modos de incorporación de las tecnologías en el desarrollo curricular?
En este contexto, Ángel Fidalgo, profesor de la Universidad Politécnica de Madrid, publicó un artículo (2024) que presenta percepciones y reflexiones sobre las TIC, cuyo título es: En la educación, la tecnología nunca fue la solución. Pero tampoco el problema.
Compartimos un fragmento del mismo:
Metáfora de la cebolla en el contexto educativo
Para entender el impacto de las tecnologías, me gustaría que
se imaginara la educación como una cebolla de tres capas: la capa más interior
(el corazón) es donde se encuentran el profesorado y el alumnado junto con las
metodologías docentes. La siguiente capa es la gestión
administrativa/académica, y la capa más externa es la política (puede obtener
más detalles sobre la metáfora de la cebolla en la educación, en este post).
Que la cebolla no está muy bien de salud es una evidencia;
tiene muchos «achaques» crónicos: la tasa de abandono, la desmotivación del
alumnado y del profesorado, la pasividad del alumnado, el abuso de modelos
expositivos, entre otros. Ante esta situación, desde la capa exterior se ha
reaccionado mediante cambios en las leyes (prácticamente cada nuevo gobierno
introduce una). Estos cambios generalmente afectan a la capa intermedia, la
gestión académica y administrativa. Cuando se intenta que los cambios afecten
al corazón, a la capa interna, suele ser para cambiar algún contenido (añadir o
quitar alguna asignatura), decidir con cuántos suspensos se puede avanzar de
curso e incluso cambiar el nombre de los periodos de evaluación, llamando a uno
de ellos evaluación continua (ojo, solo cambia el nombre, no el tipo de
evaluación).
Una acción política que pueda transmitir que se está
mejorando la educación de forma inmediata suele estar relacionada con el
dinero. Por ejemplo, si se aprueba la compra de ordenadores o tabletas para las
escuelas, se está transmitiendo que se mejora el proceso educativo, simplemente
porque la sociedad tiene la visión de que la tecnología ayuda a mejorar los
procesos.
Y realmente, esto es lo que ocurrió hace una década. Se
anunciaron inversiones millonarias para dotar de tecnología a los centros
educativos. Algunas de esas tecnologías funcionaron muy bien, dando soporte a
toda la comunicación entre el profesorado y el alumnado durante la pandemia.
Otras, las que pretendían lograr nuevos métodos de formación, no funcionaron
(no por culpa de la tecnología, sino por no comprender qué papel juega dentro
de la transformación metodológica). En definitiva, la inclusión de la
tecnología en el corazón de la cebolla no ha logrado mejorar su salud; de
hecho, parece que empeora, ya que nos llega el mensaje (principalmente a través
de los medios de comunicación) de que se está planteando prohibir el uso de la
tecnología en las aulas, principalmente los móviles.
El debate está abierto y siguen las recomendaciones y prohibiciones sobre el uso de los móviles, tablets y notebooks en las aulas de varios países en función de los resultados observados en las competencias lingüísticas y cognitivas de los estudiantes. En este escenario incierto, una pregunta obligada es: ¿qué hacemos con la inteligencia artificial en las aulas?
Fuente: https://innovacioneducativa.wordpress.com/2024/02/22/en-la-educacion-la-tecnologia-nunca-fue-la-solucion-pero-tampoco-el-problema/