Compartimos este ingenioso texto de María Elena Walsh que fue originalmente publicado en el diario "La Nación" en 1996 y fue escrito en el marco del conflicto cultural que protagonizó la Comunidad Económica Europea (CEE), cuando impulsó de forma imprudente el proyecto de algunos fabricantes de computadoras, que pretendían comercializar teclados sin la letra «ñ». La Real Academia Española (RAE) proclamó en un informe (1991) que esto representaría "un atentado grave contra la lengua oficial". Finalmente, el gobierno español respondió en 1993 con una ley proteccionista de la lengua, acogiéndose al Tratado de Maastricht.
La eñe también es
gente
María
Elena Walsh
La culpa es de los gnomos que nunca quisieron ser
ñomos. Culpa tienen la nieve, la niebla, los nietos, los atenienses, el
unicornio. Todos evasores de la eñe.
¡Señoras, señores,
compañeros, amados niños! ¡No nos dejemos arrebatar la eñe! Ya nos han birlado los signos de apertura de
interrogación y admiración. Ya nos redujeron hasta el apócope. Ya nos han
traducido el pochoclo.
¿Quieren decirme
qué haremos con nuestros sueños? ¿Entre
la fauna en peligro de extinción figuran los ñandúes y los ñacurutuces? ¿Cómo
cantarán Añoranzas en los pagos de Añatuya? ¿A qué pobre barrigón fajaremos al ñudo? ¿Qué será
del Año Nuevo, el tiempo de ñaupa, aquel
tapado de armiño y la ñata contra el vidrio? ¿Y cómo graficaremos la más dulce
consonante de la lengua guaraní?
«La ortografía
también es gente», escribió Fernando Pessoa. Y como la gente, sufre variadas discriminaciones. Hay signos y
signos, unos blancos, altos y de ojos azules, como la W o la K.
Otros, pobres
morochos de Hispanoamérica, como la letrita de segunda, la eñe, jamás
considerada por los monóculos británicos, que está en peligro de pasar al bando
de los desocupados después de rendir tantos servicios y no ser precisamente una letra ñoqui.
A barrerla, a
borrarla, a sustituirla, dicen los perezosos manipuladores de las maquinitas,
sólo porque la ñ da un poco de trabajo.
Pereza ideológica,
hubiéramos dicho en la década del setenta.
Una letra española
es un defecto más de los hispanos, esa raza impura formateada y escaneada
también por pereza y comodidad.
Nada de hondureños,
salvadoreños, caribeños, panameños. ¡Impronunciables nativos!
Sigamos siendo
dueños de algo que nos pertenece, esa letra con caperuza, algo muy pequeño,
pero menos ñoño de lo que parece. Algo importante, algo gente, algo alma y
lengua, algo no descartable, algo propio y compartido porque así nos canta.
No faltará quien
ofrezca soluciones absurdas: escribir como nuestro inolvidable César Bruto,
compinche del maestro Oski: Ninios,
suenios, otonio. Fantasía inexplicable que ya fue y preferimos no reanudar,
salvo que la Madre Patria
retroceda y vuelva a llamarse Hispania.
La supervivencia de
esta letra nos atañe, sin distinción de sexos, credos ni programas de software. Luchemos para no añadir más leña a la
hoguera donde se debate nuestro discriminado
signo.
Letra es sinónimo
de carácter. ¡Avisémoslo al mundo entero por Internet! La eñe también es gente.