20 junio 2008

Un relato y una presentación

Hoy la red me posibilita crear Relatos de la educación cotidiana, un espacio de comunicación que busca compartir e intercambiar ideas, sentimientos, problemas y preguntas sobre la cuestión educativa contemporánea.

Lo imagino como un lugar para narrar situaciones, resignificar textos de distintos autores, compartir sueños y experiencias, debatir y reflexionar sobre el sentido, las prácticas y las transformaciones de la educación bajo la influencia de la cultura digital.


Alfabetización, mural de Diego Rivera

Sin embargo, más que instalarnos puntualmente en el uso de determinadas tecnologías de la información y de la comunicación (TIC), la idea es acompañar el trabajo de profesores, docentes y estudiantes, en su camino de apropiación y resignificación de las herramientas en contextos significativos.
Más que hablar de un futuro indefinido, prefiero instalarme en la educación cotidiana, en los ambientes reales donde hoy docentes y profesores enseñamos y aprendemos en un proceso de ida y vuelta incesante y fructífero.

Esa realidad cotidiana la percibo y vivo atravesada por componentes muy diversos que alternadamente intentan ocupar el primer lugar de la escena: la búsqueda del conocimiento, el encuentro con el otro, el espíritu curioso, el deseo de innovar y de enseñar disfrutando, la presencia de cierto malestar sociocultural y de la incertidumbre, el peso de la inmediatez no exenta de conflictos, entre otros.
Además de mis expectativas y pasión por la comunicación educativa, este territorio se configura gracias a los muchos años de experiencia profesional y de caminos recorridos junto a tantos profesores y estudiantes: fui maestra en una escuela de un barrio periférico de Luján (provincia de Buenos Aires, Argentina), docente especializada en educación de adultos y alfabetización, profesora de Institutos de Formación Docente y actualmente profesora titular de una Universidad Nacional.
Incluyo también en esa zona, los momentos donde mis ilusiones y deseos infantiles se proyectaban “jugando a la maestra” (¿Cuántos chicos juegan hoy a ser maestros?) con mis cuatro hermanos menores que yo. Resultan imborrables esas imágenes donde aparecen en primer término, ciertas rutinas de la época, como formar fila para entrar al aula, abrir el cuaderno y escribir, usar el pizarrón para enseñar, preguntar y responder… Prácticas y ritos, algunos de los cuales se fueron diluyendo con el tiempo y fueron sustituidos por otros…

Les propongo entonces comunicarnos y compartir comentarios, opiniones y expectativas sobre el hacer educativo en la cultura digital.

El tema de hoy tiene que ver con los cambios y caminos que hoy tenemos que transitar para desempeñar bien y con amplitud nuestro rol docente en una realidad donde las tecnologías electrónicas y digitales dominan el mundo de los chicos, adolescentes y jóvenes, muchos de los cuales ya son “nativos digitales”.
Fue el experto Marc Prensky quien hacia el 2001 introdujo esta denominación de nativos digitales para designar a las generaciones que nacieron a partir de los 80 y que se caracterizan por convivir en un contexto donde las redes digitales y todos sus dispositivos y artefactos parecen ser elementos cotidianos y transparentes, además de atractivos.

Muchos de nosotros, en cambio, somos “inmigrantes digitales” -siguiendo la denominación del mismo Prensky-, situación que en sí misma no es buena ni mala, sólo refiere a que disponemos de saberes, habilidades, rutinas y subjetividades inherentes a la cultura del impreso, otra tecnología que lleva más de 400 años de vigencia indiscutida. No es cuestión de que los docentes, profesores y padres caigan en la subestimación o se acomplejen por no dominar los circuitos de internet.

Tampoco debemos oponer los conocimientos y habilidades de los nativos y de los inmigrantes digitales, haciendo simplificaciones como: “los chicos de ahora son más inteligentes”, “aprenden más rápido”, “son más creativos”, “escriben menos que antes”; o de establecer dicotomías entre unos y otros, porque tal como sucede con las corrientes de inmigrantes que se desplazan de un territorio a otro, la cultura se enriquece, se nutre y se diversifica con el aporte de las experiencias, saberes y prácticas de los distintos grupos y etnias.

Es así que los no tan jóvenes y adultos nos hemos socializado y escolarizado en una cultura donde los objetos hegemónicos y paradigmáticos han sido los libros en soporte impreso. Nada menos que desde mediados del siglo XV con el surgimiento de la tecnología de la impresión, el libro fue y sigue siendo el medio principal para trasmitir la cultura, difundir la sabiduría colectiva, acceder al conocimiento y formar a los ciudadanos y ciudadanas.
Pero desde hace años vemos que otros soportes se convierten en potentes fuentes de información de todo tipo. Asistimos al descentramiento del libro, tal como lo dice Jesús Martín-Barbero: "Descentramiento significa que el saber se sale de los libros y de la escuela, entendiendo por escuela cualquier sistema educativo desde la primaria hasta la universidad. El saber se sale ante todo del que ha sido su eje durante los últimos cinco siglos: el libro."

Y así estamos: entre el libro impreso y los textos que dominan la pantalla: los hipertextos. Un camino de aprendizaje donde se articulan y confluyen distintos objetos mediadores con sus rasgos distintivos, sus virtudes y limitaciones...

Desde ese lugar, recupero una frase de Confucio:
“Quien volviendo a hacer el camino viejo aprende el nuevo, puede considerarse un maestro.”

Desde nuestro rol docente, probablemente mientras hacemos el viejo camino enseñando con las estrategias y métodos ya aprendidos, estemos aprendiendo uno nuevo, aquel que incluye nuevos objetos culturales y tecnológicos que implican otros modos de conocer, nuevas prácticas sociales, otras formas de comunicarnos y de compartir…