El albañil dispuso los ladrillos. Mezcló la cal,
trabajó con arena. Sin prisa, sin
palabras, hizo sus movimientos alzando la escalera, nivelando el cemento.
Hombros redondos, cejas sobre unos ojos serios.
Pausado iba y venía en su trabajo y de mano la
materia crecía. La cal cubrió los muros,
una columna elevó su linaje, los techos impidieron la furia del sol exasperado.
De un lado a otro iba con tranquilas manos, el
albañil,
moviendo materiales.
Y al fin de la semana, las columnas, el arco,
hijos de cal, arena, sabiduría y manos, inauguraron la sencilla firmeza y la
frescura.
¡Ay, qué lección me dio con su trabajo el albañil
tranquilo!