04 julio 2008

Cartas van, m@ils vienen


Carta Miguel Hernández (fragmento)

Allá va mi carta cálida,
paloma forjada al fuego,
con las dos alas plegadas
y la dirección en medio.

Ayer se quedó una carta
abandonada y sin dueño,
volando sobre los ojos
de alguien que perdió su cuerpo.

La carta, Pedro Lira
Leo una interesante y buena noticia en un diario argentino del 29.06.08 cuyo título dice:
“Experiencia en la escuela porteña ´William Morris´ de Villa Soldati. Restauran un buzón para enseñar a reclamar los derechos por escrito”.

¿Qué es lo interesante y alentador de esta noticia? En una época de alto impacto de las tecnologías digitales para la comunicación en la que el correo electrónico concentra tantos usuarios y ventajas relativas, es llamativo que una comunidad concreta reivindique un simpático artefacto que fue representativo para las comunicaciones y los lazos sociales de otros tiempos y que hoy ha caído en desuso: el buzón. Aunque el dispositivo tradicionalmente cilíndrico de color rojo con una boca siempre sonriente, ocupa un lugar real en ciertas esquinas de la ciudad, el mayor interés no recae en el artefacto en sí mismo sino en los significados y valores implicados en él: la expresión de sentimientos, expectativas, pensamientos y deseos, la escritura –manuscrita o mecánica-, el uso del papel, del sobre y de las estampillas y sellos, el acceso a una oficina postal o al buzón, el trabajo del cartero, entre otros.

Volviendo a la noticia leemos que padres, maestras y chicos se movilizaron para pedir la restitución del buzón rojo estilo inglés que estaba en desuso en una esquina del barrio porteño de Villa Soldati. Esta gestión se encuadró en un marco educativo tal como lo señalaron la directora de la escuela primaria: “Intentamos enseñar a los chicos a reclamar por sus derechos, a valorar los patrimonios históricos del barrio y a respetar y compartir con sus compañeros" y la directora del Jardín Integrado: "El buzón es simbólico, es un patrimonio histórico".

En una sociedad donde aún conviven tímidamente cartas tradicionales y mensajes de correo electrónico, resulta auspicioso que los chicos -nativos digitales- puedan utilizar ese medio tan entrañable para el barrio mientras desarrollan competencias vinculadas con la lectura y producción de textos escritos y, a la vez, ejercitan sus derechos ciudadanos, buscando diferentes canales para los reclamos institucionales y para la comunicación social.

El mundo de las cartas parece estar en declinación y cede su espacio ante las ventajas del correo electrónico: rapidez, inmediatez, disponibilidad durante las 24 horas del día y capacidad para adjuntar diferente tipo de información. Quedan en el camino ciertos ritos de la práctica de escribir cartas a mano: el estilo de su autor, sus pausas, su ritmo, y hasta su caligrafía.
Muchos guardan recuerdos y experiencias imborrables en donde la carta postal jugó un papel destacado en algún momento de su vida. ¿Quién puede olvidar esas cartas sorpresa o las ansiosamente esperadas llegadas de lugares cercanos o remotos que traían noticias de amigos, de familiares, de viajes, de trabajo o de estudio?

La popularidad y hegemonía que hoy tiene el correo electrónico para comunicar y compartir información, ideas y sentimientos, no lo exime de algunas situaciones que podría generar. Una de ellas es que la historia podría sufrir una pérdida de esos testimonios escritos que son las cartas, a través de las cuales los historiadores han podido interpretar procesos socioculturales y resignificar los relatos. ¿Qué dispositivos existen actualmente para guardar los mails con identidades claramente definidas y conservar esos archivos en forma estable?

¿Nuestra historia hubiera podido interpretar sucesos y episodios que quedaron expuestos en cartas escritas y firmadas por Mariano Moreno, Manuel Belgrano, José de San Martín y tantos otros personajes de tiempos pasados?
Sin las cartas escritas a mano, firmadas por sus protagonistas: ¿Hubiéramos conocido las cartas de amor de Napoleón Bonaparte a Josefina, de Henry Miller a Anaïs Nin, de Pablo Neruda a Matilde Urrutia y de Franz Kafka a Milena?
¿Hubiéramos conocido algo más del vínculo entre Paul Gauguin y Vicent Van Gogh, entre Federico García Lorca y Salvador Dalí, y entre Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre?

Cartas van, m@ils vienen: más allá del formato, lo significativo está en la expresión de la subjetividad en un tiempo y una cultura determinada.