Claes Oldenburg
Entre ordenador, lápiz y máquina de escribir
se me pasa la mitad del día. Algún día se convertirá en medio siglo.
Vivo en ciudades ajenas y a veces converso
con gente ajena sobre cosas que me son ajenas…
Adam Zagajewski
Entre las tecnologías asociadas a las alfabetizaciones, la máquina de escribir parece haber cumplido un ciclo que empezó a declinar con la llegada de la computadora. Esas viejas máquinas que aún vemos en bibliotecas, hogares y escritorios surgieron hacia fines del siglo XIX hasta llegar a un modelo casi “amigable” a través de un teclado con las letras en el mismo orden que hoy vemos en las PC.
Seguramente más de una vez mientras iniciábamos el rito y la práctica de la escritura mecánica o electrónica, nos preguntamos por qué las letras a, s, p, l, tan usadas en nuestro idioma, están justo, justo al borde del teclado exigiendo a los débiles meñiques una destreza continua y desigual con respecto a los otros dedos. Claro eso sucede si es que decidimos escribir usando los diez dedos…
Ya no se habla de mecanografía ni de dactilografía... y hoy el uso del teclado de la PC es una cuestión muy personal donde cada uno elige cuántos dedos quiere ejercitar mientras escribe y lee la pantalla. Eso sucederá quizás por un tiempo más ya que vendrán nuevos dispositivos para reemplazar a los actuales teclados, incluso ya hay disponibles algunos que son flexibles, resistentes al agua y a los ácidos.
También ya están los teclados virtuales que pueden conectarse a cualquier equipo electrónico y que tienen el tamaño de la palma de la mano. Estos dispositivos proyectan una imagen vía láser en cualquier superficie plana con las teclas del clásico teclado y desde ahí se pulsan las letras o signos mientras se escucha un sonido que indica que se ha cumplido con las operaciones deseadas.
En el mundo de las letras, hay pintorescas anécdotas sobre la aceptación y el rechazo al uso de las máquinas de escribir. Se dice que Camilo Cela no quiso utilizarlas nunca, mientras que Pablo Neruda afirmó una vez que aunque él había usado la máquina, por un pequeño accidente en un dedo tuvo que retomar la escritura a mano y así lo vivió: “A mí me parece que la máquina me apartaba de mucha intimidad con la poesía, y la mano me ha acercado de nuevo a esa intimidad”.
En el mundo de las letras, hay pintorescas anécdotas sobre la aceptación y el rechazo al uso de las máquinas de escribir. Se dice que Camilo Cela no quiso utilizarlas nunca, mientras que Pablo Neruda afirmó una vez que aunque él había usado la máquina, por un pequeño accidente en un dedo tuvo que retomar la escritura a mano y así lo vivió: “A mí me parece que la máquina me apartaba de mucha intimidad con la poesía, y la mano me ha acercado de nuevo a esa intimidad”.
Un escritor notable de la actualidad, José Saramago expresa: “Las nuevas tecnologías no han afectado ni afectarán a la literatura. Hemos pasado de las placas de arcilla al papel, y ahora tenemos una cosa que se llama ordenador. ¿En qué ha cambiado el hecho de que hayas trabajado con una azada y ahora lo hagas con un tractor? Sólo en que facilita el trabajo, ahorra fuerzas y energías. Mi forma de escribir no ha variado. Además, uso el ordenador como si fuera una máquina de escribir. Es una gran invención, y me facilita muchísimo el trabajo. A veces digo que la pantalla del ordenador es como un campo de batalla, perdona esta imagen, donde los cuerpos de los muertos y de los heridos están siendo retirados. Si algo no te gusta, lo borras y desaparece: y eso me parece estupendo”. (“Escritores ante el milenio”. Cultura, El Mundo, 2000).
Ya sea en la literatura como en la ciencia y en la educación, las viejas y modernas tecnologías de escribir son instrumentos y herramientas para expresar y comunicar ideas, sentimientos, emociones y conocimientos. La rapidez, la claridad tipográfica y el formato de los escritos son ventajas apreciadas aunque cada tanto tengamos ganas de retomar nuestra grafía a mano deslizando el lápiz sobre el papel para volver a sentir sensaciones olvidadas.
Pierre Renoir
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