Dice Ernesto Sábato en “Apologías y rechazos”:
... “Hace muchos años, mientras recorríamos la Patagonia en un jeep, el ingeniero forestal Lucas Tortorelli me explicaba el dramático avance de la estepa en cada incendio de bosques, y la defensa que cumplen los cipreses: duros y estoicos, aguantando la adversidad, cubriendo a sus camaradas como una legión suicida de retaguardia. Entonces pensé lo que podría llegar a ser la enseñanza de la geografía si se la vinculara con la lucha de las especies, a la conquista de los mares y continentes, a una historia del hombre patéticamente unida a las condiciones terrestres. No es pura imaginación mía, estoy recordando a maestros que alcanzaron a transmitirnos algo de la epopeya humana; una historia que no resultaba una mecánica (e inútil y triste y justamente olvidable) retahíla de hombres y fechas, sino el formidable fresco de naciones que se levantaron sobre sus propias precariedades, como Venecia de sus pantanos para lanzarse a la conquista de su grandeza.
Pero no sólo se trata de las repúblicas e imperios, sino de la totalidad de la cultura como conquista del hombre, como aventura del pensamiento y la imaginación: desde el invento de la rueda hasta la filosofía, desde los primeros signos inventados por los seres humanos para comunicarse hasta las más sutiles creaciones de la música. Aventura que el discípulo debe sentirla como tal, en un combate emocionante contra las potencias de la naturaleza y de la historia. No enciclopedismo muerto, ni catálogo, ni ciencia hecha, sino conocimientos que se van haciendo cada vez en cada espíritu, como inventor y partícipe de esa historia milenaria. No información sino formación…”
Sobre algunos males de la educación.
El reflexivo Sábato nos interpela sobre la importancia de enseñar y aprender a partir de la misma realidad con todas sus dimensiones, su complejidad y dinámica. Frente a una enseñanza fragmentada en parcelas y segmentada artificialmente, se instala una enseñanza que debe captar y estudiar la realidad tal como es, con su naturaleza compleja y que puede ser abordada desde múltiples dimensiones y enfoques disciplinares.
Otra cuestión asociada a este planteo es la relevancia que tiene la experiencia directa como herramienta o recurso para estudiar determinados objetos de conocimiento.
Distintos enfoques así lo confirman como el tradicional “cono de la experiencia” de Edgar Dale, un pedagogo que clasificaba a los medios en distintos niveles, desde aquellos más concretos a los más abstractos, y donde la experiencias directa figura como la más apropiada para lograr ciertos aprendizaje, mientras que los símbolos orales constituyen los objetos más complejos de interpretar.
Otras perspectivas enfatizan que aquellas cuestiones que los alumnos dicen y hacen tienden a ser recordadas casi en un 90% mientras que la simple lectura, observación y audición de algo tiene bajas probabilidades de ser retenido o asimilado.
En el fondo del debate está de qué manera el alumno se involucra, participa y realiza distintas actividades para aprender y construir el objeto de conocimiento.
Sabemos que la experiencia directa de los estudiantes en cada uno de los contenidos de aprendizaje es prácticamente imposible por distintas razones, pero la pregunta franca es por qué la escuela no incrementa el acceso a experiencias directas: espacios naturales y culturales, planetarios, laboratorios, jardines botánicos y zoológicos, parques y reservas naturales, centros cívicos, teatros, museos, auditorios, fábricas y talleres…
La curiosidad intelectual, el interés, la duda, el descubrimiento, la indagación, el pensamiento crítico, la motivación y hasta las inteligencias múltiples, serían las grandes ganadoras en los nuevos escenarios.