06 enero 2011

Trenes, hoy como ayer

Tren a las Nubes, Salta, Argentina



El placer y el interés por viajar y conectarnos con diversidad de pueblos, gente y culturas es un rasgo que nos define como ciudadanos del mundo que en tiempos de globalización y del auge de las redes de telecomunicaciones, no renuncian a conocer y vivenciar esos magníficos y misteriosos lugares que están esperando nuestra visita "real".

Hablando de viajes reales -ya no meramente virtuales-, hoy los trenes son transportes que han sido revalorizados por sus características únicas: modernos, veloces, ecológicos, efectivos, de bajo costo y al alcance de muchos.

¿Quiénes son los que se mantienen indiferentes al poder y a la belleza tecnológica de estos titanes de férreas líneas? Chicos y grandes los atesoran en sus recuerdos familiares, de trabajo, como estudiantes y viajeros... en su mundo de juguetes como en su mundo real. La literatura de la modernidad refleja de manera particular la fascinación y admiración que supone el paso del tren en sus vidas, tal como se ve en la trama de cuentos, novelas y poesías. Un rápido viaje literario-ferroviario nos lleva a estos escritores:


Pablo Neruda, desde chico, se sintió parte del mundo del ferrocarril acompañando a su padre, quien era conductor de trenes. Neruda recuerda los caminos surcados por esas potentes máquinas en “Oda a los trenes del Sur” que así comienza:

Trenes del Sur, pequeños
entre
los volcanes,
deslizando
vagones
sobre
rieles
mojados
por la lluvia vitalicia,
entre montañas
crespas
y pesadumbre
de palos quemados...


El español Antonio Machado relata sus emociones y vivencias en su creación “En tren”.

Yo, para todo viaje –siempre sobre la madera de mi vagón de tercera–,
voy ligero de equipaje.
Si es de noche, porque no acostumbro a dormir yo,
y de día, por mirar los arbolitos pasar, yo nunca duermo en el tren,
y, sin embargo, voy bien.
¡Este placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos... para marcharse.
Lo molesto es la llegada.
Luego, el tren, al caminar, siempre nos hace soñar;
casi, casi olvidamos el jamelgo que montamos.
¡Oh, el pollino que sabe bien el camino!
¿Dónde estamos? ¿Dónde todos nos bajamos?





La Trochita, Patagonia, Argentina




También el escritor argentino Hamlet Lima Quintana nos deja los versos nostálgicos en esta poesía titulada “El vapor de los trenes”.
Recuerdo que los trenes pasaban a la noche y la máquina pitaba tres veces como anuncio de su pasaje por la estación y, como una nebulosa, pitaban a lo lejos después, no sé en qué despedida.
Siempre los trenes a vapor impresionaban cuando pasaban a la noche como duendes, como fantasmas porque uno no los veía,
tan sólo los escuchaba imaginando viajes, pasajero del humo que se deshilachaba luego
y entonces uno se bajaba y se subía al humo nuevo.
Si me preguntan a qué lugar se han ido a descansar los trenes que por la noche jadeaban su vapor,
les diría que están vivos, nocturnamente vivos,
y recorren las vías que están adentro mío pitando y anunciando su llegada, nunca su despedida como lo hacían afueran
porque yo también estoy vivo y llevo pasajeros
por las infinitas vías de mis pensamientos.

Desde otras latitudes, Walt Whitman escribió un frenético “La locomotora”:

¡Tú serás el motivo de mi canto! Tú, tal como te presentas en este instante, y el día de invierno que declina.
Tú, con tu armadura, tu doble y cadenciosa palpitación y tu convulsivo latir;
tu cuerpo negro y cilíndrico, tus cobres brillantes como el oro, tu acero límpido como plata;
tus pesadas barras laterales, tus bielas paralelas, cuyo vaivén anima tus flancos a modo de lanzaderas;
tu jadeo y tu gruñir rítmicos que ora se agrandan, ora decrecen a la distancia;
tu gran reflector fijado en medio de tu negro frontal;
tus oriflamas de vapor que flotan, largas y pálidas, ligeramente purpuradas;
las densas nubes negras que vomitan tu chimenea;
tu osatura bien ligada, tus resortes y tus válvulas, el vértigo de tus ruedas temblorosas;
la procesión de vagones que te sigue obediente, a través de la tempestad o de la calma, ora rápidas, ora lentas, corriendo sin desfallecer.
Tipo del mundo moderno –emblema del movimiento y de la potencia- pulso del continente;
ven a secundar a la musa, ven a amalgamarte en esta estrofa, tal como ahora te contemplo, con la borrasca y las ráfagas que tratan de rechazarte y la nieve que cae;
con la campana que haces resonar para advertir tu paso durante el día, y por la noche, con las mudas linternas en tu frente oscilante.
¡Belleza de acento feroz! Rueda a través de mi canto con toda tu música salvaje, con tus linternas oscilantes en la noche, con la risotada de tus locos silbatos que retumban despertándolo todo, a semejanza de temblores de tierra;
nada más completa que la ley que te rige, ni más recta (a pesar de sus curvas) que la vía que sigues. Tus trinos de penetrantes gritos, las rocas y las colinas te lo devuelven, las lanzas más allá de las vastas praderas a través de los lagos.
¡Hacia los cielos libres, desenfrenados, gozosos y fuertes!

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