27 febrero 2015

Invitación para repensar el oficio de educar



Si bien la historia de la educación siempre mantuvo un debate en torno al papel del educador en la formación de la persona considerando a ésta como centro del proceso educativo y sujeto activo de la propia vida, Jordi Planella en su libro El oficio de educar” (Editorial UOC, 2014),  reabre la discusión y para ello reúne distintas voces que desde campos muy diversos como la filosofía, la historia, el arte, la antropología, la psicología, la sociología y la pedagogía, reflexionan sobre el particular planteando un horizonte con un sensato sentido crítico vinculado a los procesos y dinámicas de transformación socio-cultural.

Planella, catedrático de pedagogía social, considera que el papel del educador está asociado a un proceso de “acompañamiento” que consiste en ayudar al otro a descubrirse a sí mismo y a través de esta obra nos invita a todos los educadores a repensar sobre las decisiones, mediaciones y trayectorias pedagógicas que ponemos en juego cuando educamos.

20 febrero 2015

Vaivenes y latidos del tiempo

 Entre irse y quedarse            Octavio Paz


Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.

Imagen: Flickr/ dbrekke / Alan Cleaver
La tarde circular es ya bahía,
en su quieto vaivén se mece el mundo

Todo es visible y todo es elusivo,
Todo está cerca y todo es intocable.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.

Latir del tiempo que en mi sien se repite
la misma terca sílaba de sangre.

La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa al instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.



14 febrero 2015

Sentimientos y recuerdos en un cuento de Eduardo Galeano

El hombre más viejo del mundo, un cuento de Eduardo Galeano


Era verano, era el tiempo de la subienda de los peces, y hacía ciento veinticinco veranos que don Francisco Barriosnuevo estaba allí.
— Él es un comeaños –dijo la vecina. Más viejo que las tortugas.
La vecina raspaba a cuchillo las escamas de un pescado. Don Francisco bebía un jugo de guayaba. Gustavo, el periodista que había venido de lejos, le hacía preguntas al oído.
Mundo quieto, aire quieto. En el pueblo de Majagual, un caserío perdido en los pantanos, todos los demás estaban durmiendo la siesta.
El periodista le preguntó por su primer amor. Tuvo que repetir la pregunta varias veces:
— Primer amor, primer amor, ¡primer amor!
El matusalén se empujaba la oreja con la mano:
— ¿Cómo? ¿Cómo dice?
Y por fin:
— Ah, sí.
Balanceándose en la mecedora, frunció las cejas, cerró los ojos:
— Mi primer amor...
El periodista esperó. Esperó mientras viajaba la memoria, destartalado barquito, y la memoria tropezaba, se hundía, se perdía. Era una navegación de más de un siglo, y en las aguas de la memoria había mucho barro, mucha piedra, mucha niebla. Don Francisco iba en busca de su primera vez, y la cara se le contraía como un puño.
El periodista desvió la mirada cuando descubrió que las lágrimas estaban mojando los surcos de esa cara estrujada. Y entonces don Francisco clavó en la tierra su bastón de cañabrava y empuñando el bastón se alzó de su asiento, se irguió como gallo y gritó:
— ¡Isabel!
Gritó:
— ¡Isabeeeeel!