La noticia llegó ayer desde Leeds: falleció el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman quien analizó y describió de modo accesible y profundo las transformaciones de la sociedad y las relaciones humanas de nuestro tiempo. Así nos habló de la sociedad líquida, de la modernidad líquida y del amor líquido caracterizados por la fragilidad, la incertidumbre, la inestabilidad y el consumo que consume y descarta, sin miramientos ni contemplaciones.
A partir de su lúcido pensamiento expresado en libros como La modernidad líquida, Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos, Europa,
una aventura inacabada, Ética posmoderna, Tiempos líquidos, Vida de consumo, Libertad, y Vivir con el tiempo prestado, hemos avanzado en una peculiar interpretación de los cambios de la sociedad contemporánea y del mundo político, social, laboral y afectivo.
Para los que trabajamos y participamos en el ámbito de la educación, Bauman es un referente extraordinario que nos inspira para re-pensar y re-situar nuestra profesión en un mundo complejo y polifacético, atravesado por incertidumbres en donde la diversidad cultural y las heterogeneidades se visibilizan por las redes digitales que atraviesan el planeta.
Algunas de sus frases referidas a distintos aspectos de la vida son:
La cultura líquida moderna ya
no siente que es una cultura de aprendizaje y acumulación (…) A cambio, se nos
aparece como una cultura del desapego, de la discontinuidad y del olvido.
El invariable propósito de la
educación era, es, y siempre seguirá siendo, la preparación de estos jóvenes
para la vida. Una vida de acuerdo con la realidad en la que están destinados a
entrar. Para estar preparados, necesitan instrucción, «conocimientos prácticos,
concretos y de inmediata aplicación», para usar la expresión de Tullio De
Mauro. Y para ser «práctica», una enseñanza de calidad necesita propiciar y
propagar la apertura de la mente, y no su cerrazón.
Cuando una cantidad cada
vez más grande de información se distribuye a una velocidad cada vez más alta,
la creación de secuencias narrativas, ordenadas y progresivas, se hace
paulatinamente más dificultosa. La fragmentación amenaza con devenir
hegemónica. Y esto tiene consecuencias en el modo en que nos relacionamos con
el conocimiento, con el trabajo y con el estilo de vida en un sentido
amplio.
Amar significa abrirle la
puerta al destino, a la más sublime de las condiciones humanas en la que el
miedo se funde con el gozo en una aleación indisoluble, cuyos elementos ya no
pueden separarse. Abrirse a ese destino significa, en última instancia, dar
libertad al ser: esa libertad que está encarnada en el Otro, el compañero en el
amor.
Nos hallamos en una situación en la que, de modo constante, se nos incentiva y predispone a actuar de manera egocéntrica y materialista.