Nuestra
trayectoria escolar y universitaria se encuentra mayoritariamente ocupada por
las clases con eje en la verbalización oral, la exposición oral y la narrativa
oral a cargo del profesor. ¿Cuán efectiva es esta práctica de enseñanza tan
antigua y convencional que hoy sigue siendo una representación social básica de lo que significa
“dar clase”?
Pues bien, Donald
Finkel, quien fuera profesor en varias universidades estadounidenses, en su
libro Dar clase con la boca cerrada (traducido
al español en 2008 por la Universidad de Valencia) propone un camino complementario
inspirado en el principio de dar poder al alumno para expresar sus capacidades
y “negarse a hacer lo que deben hacer los estudiantes por sí mismos”. No es que
Finkel excluya a la narración oral o clase magistral del profesor sino que
intenta complementarla con otra estrategia metodológica que ubica al estudiante
en el centro del proceso educativo. Tampoco piensa que dar poder al alumno para
descubrir y construir conocimiento por sí mismo signifique que el docente pierda autoridad,
ya que ésta representa un valor y una función social delegada por el Estado.
Finkel desarrolla
su pensamiento pedagógico-didáctico bajo la influencia de referentes del campo filosófico-educativo:
Piaget, Dewey, Rousseau, la figura de Sócrates a través de los diálogos
socráticos de Platón, Freud, Hannah Arendt, Freire, Illich.
El método
propuesto por Finkel gira en torno al concepto de comunidad de indagación que así describe: “El cambio a una enseñanza centrada en la indagación modifica la
mayoría de los aspectos de la vida en el aula y permite al profesor enseñar con
la boca cerrada. Es la indagación la que enseña (...) e induce a uno a
aprender. Yo confiaba en aprender de la asignatura que puse en marcha, al igual
que mis estudiantes. Y esperábamos compartir los resultados de nuestro
aprendizaje con los demás”.
Esta comunidad de
indagación requiere que el docente organice el ambiente propicio con preguntas
significativas, materiales, bibliografía (“dejar que hablen los libros”), grupos
de trabajo, seminarios... A esta fase de indagación le sigue la práctica de
escritura que para Finkel constituye un instrumento eficaz para facilitar el aprendizaje,
dado que los estudiantes pueden observar y ajustar el discurso a su propio ritmo,
detenerse y pensar, releer el trabajo, o tomar distancia respecto al autor/es
del trabajo. Esta instancia, señala, les permitirá comprender mejor lo que se
dice y formular las respuestas de forma más sencilla.
También Finkel se
refiere a la evaluación y describe cómo encara esta práctica en el mundo universitario:
En la universidad en la que doy clase (The
Evergreen State College) nunca se dan notas; se reemplazan por evaluaciones
narrativas por escrito que acaban formando parte del expediente formal del
estudiante. Los profesores escriben ensayos breves que describen las fortalezas
y flaquezas de los estudiantes, y sus logros concretos en la asignatura
específica; no se les obliga a promediar o a colapsar todos esos detalles en un
símbolo calificador, un número, una letra o una palabra. La ausencia de
calificaciones en la universidad anima el espíritu de colaboración necesario
para la indagación en grupo. Ésa es la razón por la que lo menciono aquí. Un
profesor cuya institución le dispense de repartir calificaciones podría hacer
bien persiguiendo una asignatura centrada en la indagación. Pero otro que no
disfrute de esa opción no debe desesperar. Siempre que mantenga las
calificaciones en un último plano y organice su asignatura de forma que la
'competición por las notas' se mantenga en un mínimo, un profesor no tendrá
problema alguno en promover la indagación en grupo en su aula.
Entendemos que la
lectura de este libro más allá de aportar nuevas estrategias didácticas para
dar protagonismo al estudiante en su proceso de aprendizaje, con más
participación y responsabilidad, es una contribución para que los educadores
mantengamos viva una conversación sobre los desafíos de la educación en el
mundo actual.