Sigue vigente el debate en torno al grado y tipo de participación de los docentes en trabajos de investigación destinados a conocer y mejorar las prácticas educativas en su contexto profesional. Entendemos que se trata de una tarea compleja que merece ser analizada para comprender sus posibilidades y condiciones de realización.
Recordamos el pensamiento de Stenhouse (Investigación y desarrollo del curriculum, 1998) cuando afirma que el docente y su práctica se constituyen en objeto de estudio del propio profesor quien, de esa manera y a través de la investigación-acción, puede mejorar y transformar la enseñanza y fortalecer su profesionalidad.
Otros autores (Apple, Carr y Kemmis, Giroux) también entienden que el profesor es un sujeto clave para la construcción de una sociedad más justa y por ello amplían y extienden el objeto de estudio de la investigación que hace el docente, ya que no es sólo el aula sino principalmente la realidad socio-económica y el contexto institucional los que se deben develar y desenmascarar, analizando sus valores, supuestos manifiestos y latentes, creencias, normas, sus modos de enseñar y aprender, sus rutinas y prácticas que determinan el desarrollo curricular y didáctico en situaciones concretas.
Dentro de ese enfoque Antonio Bolívar, catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Granada y editor de la Revista “Profesorado. Revista de Curriculum y Formación del Profesorado”, ha publicado el artículo Investigación y docencia: de
una relación problemática a una productiva, en el que sostiene:
Un conjunto de creencias o
“mitos” han llevado a mantener una relación superficial o equivocada de las
relaciones entre docencia e investigación que, como presuposiciones colectivas,
impiden una reflexión crítica. Mark Hughes (en Barnett, 2008) identifica cinco
mitos: beneficio mutuo entre la investigación y la docencia, el mito de una
relación generalizable y estática, el mito de separar el saber de la docencia y
la investigación, el mito de la superioridad del profesor-investigador, el mito
del estudio desinteresado de la relación entre investigación y docencia.
Sorprende, al respecto, la escasez de trabajos empíricos en que sostener cada
uno de los mitos, siendo las creencias más fuertes que las pruebas reales de
los mismos. Por ejemplo, no está probado –más bien lo contrario– que haya una
correlación importante entre productividad de la investigación y eficacia de la
docencia.
De hecho, no debiera
generalizarse acerca de las relaciones entre docencia e investigación. Ni las
relaciones son estables, ni iguales en todas las disciplinas y departamentos.
Las relaciones son heterogéneas en diferentes ámbitos disciplinares como en
distintas instituciones. Tampoco el saber existe como una entidad previa y
separada de la docencia y la investigación. Por otro lado, pareciera que es un
docente de superior categoría aquel que basa su docencia en su propia
investigación. Pero ni los buenos investigadores son, a menudo, buenos
docentes, ni éstos últimos necesariamente tengan que ser buenos investigadores.
Además, depende de las disciplinas y niveles de enseñanza universitaria para
que esta relación sea productiva. Por lo demás, no es algo desinteresado: si
los profesores-investigadores son superiores, los incentivos económicos y
promoción en la carrera deben dirigirse a la investigación.
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