En este espacio más de una vez nos preguntamos por el lugar y vigencia del libro, en su formato impreso, en pleno auge de la cultura digital que desplazó la lectura hacia las múltiples pantallas.
En este tiempo de transiciones y reconfiguraciones de representaciones, pensamientos y prácticas culturales, quiero compartir un escrito de Hermann Hess (1877-1962), ganador del Premio Nobel de Literatura año 1946, que remite al valor del libro y que hoy nos inspira a repensar en ese bien cultural que tanto ha contribuido a la democratización de la educación y el acceso al conocimiento. Sin olvidar que este ensayo fue escrito en tiempos de la cultura impresa, ajena al fenómeno explosivo del mundo Internet que surgió a fines del siglo XX, encontramos que Hess estaba convencido de que el efecto de los libros era algo misterioso.
Hoy, desde las aulas, retomamos el debate sobre cómo podemos promover el interés y la pasión por la lectura para descubrir diversidad y multiplicidad de mundos y personajes.
“Es muy habitual entre nosotros considerar cada trozo de
papel impreso como un valor, y que todo lo impreso es fruto de un trabajo
intelectual y merece respeto.
De vez en cuando se puede encontrar uno junto al mar o en
las montañas a alguna persona aislada cuya vida no ha sido alcanzada todavía
por la marea del papel y para la que un calendario, un folleto o incluso un
periódico son bienes valiosos y dignos de ser conservados. Estamos
acostumbrados a recibir en casa gratuitamente grandes cantidades de papel, y el
chino que piensa que todo papel escrito o impreso es sagrado nos hace sonreír.
A pesar de todo se ha conservado el respeto al libro. Aunque
últimamente se distribuyen gratuitamente y empiezan a convertirse aquí y allá
en material de saldo. Por lo demás, parece que precisamente en Alemania, está
creciendo el afán de poseer libros.
Claro que todavía no se sabe lo que significa realmente
poseer libros. Muchos se niegan a gastar en libros ni la décima parte de lo que
dedican a cerveza y otras banalidades. Para otros, más anticuados, el libro es
algo sagrado que acumula polvo en la sala de estar sobre un mantelito de
terciopelo.
En el fondo, todo lector auténtico es también amigo de los
libros. Porque el que sabe acoger y amar un libro con el corazón, quiere que
sea suyo a ser posible, quiere volver a leerlo, poseerlo y saber que siempre
está cerca y a su alcance. Tomar un libro prestado, leerlo y devolverlo, es una
cosa sencilla; en general lo que se ha leído así se olvida tan pronto como el
libro desaparece de casa. Hay lectores, especialmente las mujeres desocupadas,
que son capaces de devorar un libro cada día, y para éstos la biblioteca
pública es al fin la fuente adecuada, ya que de todos modos no quieren
coleccionar tesoros, hacer amigos y enriquecer su vida, sino satisfacer un
capricho. A esa especie de lectores que Gottfried Keller supo retratar tan bien
en una ocasión, hay que dejarla con su vicio. Para el buen lector, leer un
libro significa aprender a conocer la manera de ser y pensar de una persona
extraña, tratar de comprenderla y quizá ganarla como amigo. Cuando leemos a los
poetas, no conocemos solamente un pequeño círculo de personas y hechos, sino
sobre todo al escritor, su manera de vivir y ver, su temperamento, su aspecto
interior, finalmente su caligrafía, sus recursos artísticos, el ritmo de sus
pensamientos y de su lenguaje. El que quedó cautivado un día por un libro, el
que empieza a conocer y entender al autor, el que logró establecer una relación
con él, para ése empieza a surtir verdaderamente efecto el libro.
Por eso no se desprenderá de él, no lo olvidará, sino que lo
conservará, es decir, lo comprará, para leer y vivir en sus páginas cuando lo
desee. El que compra así, el que siempre adquiere únicamente aquellos libros
que le han llegado al corazón por su tono y por su espíritu, dejará pronto de
devorar lectura a ciegas, y con el tiempo reunirá a su alrededor un círculo de
obras queridas, valiosas en el que hallará alegría y sabiduría, y que siempre
será más valioso que una lectura desordenada, causal, de todo lo que cae en sus
manos.
No existen los mil o cien “mejores libros”; para cada
individuo existe una selección especial de los que le son afines y
comprensibles, queridos y valiosos. Por eso no se puede crear una biblioteca
por encargo, cada uno tiene que seguir sus necesidades y su amor, y adquirir
lentamente una colección de libros como adquiere a sus amigos. Entonces una
pequeña colección puede significar un mundo para él. Los mejores lectores han
sido siempre precisamente los que limitaban sus necesidades a muy pocos libros,
y más de una campesina que solamente conoce la Biblia ha sacado de ella más
sabiduría, consuelo y alegría que los que logre extraer jamás cualquier rico
mimado de su valiosa biblioteca.
El efecto de los libros es algo misterioso. Todos los padres
y educadores han hecho la experiencia de creer que le daban a un niño o a un
adolescente un excelente libro y escogido en el momento adecuado y luego veían
que había sido un error. Cada cual, joven o viejo, tiene que encontrar su
propio camino hacia el mundo de los libros, aunque el consejo y la amable
tutela de los amigos puede ayudar mucho. Algunos se sienten pronto a gusto
entre los escritores y otros necesitan largos años hasta comprender lo dulce y
maravilloso que es leer. Se puede comenzar con Homero y acabar con Dostoievski
o al revés, se puede ir creciendo con los poetas y pasar al final con los
filósofos o al revés; hay cien caminos. Pero sólo existe una ley y un camino
para cultivarse y crecer intelectualmente con los libros, y es el respeto a lo
que se está leyendo, la paciencia de querer comprender, la humildad de tolerar,
escuchar. El que solamente lee como pasatiempo, por mucho y bueno que sea lo
que lea, leerá y olvidará y luego será tan pobre como antes. Pero al que lee
como se escucha a los amigos, los libros le revelarán sus riquezas y serán
suyos. Lo que lea no resbalará, ni se perderá, sino que se quedará con él y le
pertenecerá y consolará, como sólo los amigos son capaces de hacerlo”.
Fuente: Hermann Hesse, “Escritos sobre literatura”, Alianza
Editorial, Madrid, 1983.