03 abril 2019

Lenguaje inclusivo: ¿fenómeno político-social o lingüístico?


Días después del  VIII Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), que tuvo lugar en Córdoba (Argentina) del 27 al 30 de marzo de 2019, cuyo lema fue “América y el futuro del español. Cultura y educación, tecnología y emprendimiento”, seguimos hablando de las transformaciones de la lengua y del lenguaje frente a tantos cambios sociales, culturales y tecnológicos.
Es sabido que el lenguaje que usamos es dinámico y que se va construyendo y ampliando a través del tiempo y de las necesidades y cambios que ocurren en la sociedad. Por ejemplo, desde la irrupción de las TIC e Internet hemos incorporado muchas palabras que dan cuenta del mundo digital y que han sido admitidas por la Real Academia Española (RAE): web, wifi, blog, hacker, tuitear, chatear, postear…

También es cierto que el lenguaje es una herramienta que le da forma a nuestros pensamientos y que la manera en que nos expresamos tiene una influencia definitiva sobre nuestra subjetividad y nuestras acciones. Hoy el debate se teje alrededor del lenguaje inclusivo o no sexista y en esa trama, que genera cierta incomodidad, sobrevuelan interrogantes como: ¿El lenguaje inclusivo es un fenómeno meramente lingüístico y, o, es un fenómeno claramente político y social? ¿Se usa y difunde con más fuerza en los grupos adolescentes y juveniles de pertenencia urbana? ¿Quiénes son los partidarios y los detractores del uso del lenguaje inclusivo y cuáles son los argumentos esgrimidos por ambos grupos? 


Según Daniel Carreño León, en un artículo publicado en el diario El Espectador (14 de enero 2019), el idioma español perpetúa una inequidad histórica que desde siempre ha dejado a mujeres en una posición inferior a la de los hombres por el hecho de emplear lo que se conoce como un masculino genérico. Aunque pueda sobrar la explicación, esto significa que a grupos compuestos por ambos, mujeres y hombres, se les refiere con pronombres y adjetivos masculinos, razón por la cual decimos que un avión va lleno de pasajeros, así también viajen en éste muchas mujeres.

Una de las tempranas alternativas que se idearon para esquivar esta ‘masculinización’ fue la de utilizar el símbolo arroba (@) para reemplazar las terminaciones en ‘o’ y ‘a’ —dado que éste visualmente parece una combinación de las dos letras—, así resultando en usos como “hola a tod@s” o “bienvenid@s”. Obviando el problema de legibilidad que esto implica, sus mayores obstáculos son que es inaplicable para sustantivos que no terminan en estas letras y que de todos modos no existe una forma viable de pronunciarlo…

Luego se pasó a la opción del uso simultáneo de la “o” y la “a”, por ejemplo “todos y todas”, “ciudadanos y ciudadanas” pero esa alternativa resultó insuficiente “ya que se limita a un sistema binario que solo entiende dos géneros y por ende discrimina a miembros de la sociedad que no se identifican con el masculino ni con el femenino”… Es así que se llegó a la solución más aceptada: la letra ‘e’. Este modelo es el más comprensivo y bien estructurado, proponiendo el reemplazo de las letras ‘a’ y ‘o’ por la ‘e’, y la adición de pronombres o adjetivos que la empleen a sustantivos que no cambian: “ustedes son les más grandes y buenes”, para dar un ejemplo (Carreño León, 2019).

Presentado este escueto resumen sobre las alternativas que fueron surgiendo en el movimiento del lenguaje inclusivo, nos preguntamos: ¿El uso de un lenguaje inclusivo, no sexista, soluciona de algún modo el problema de vivir en una cultura y sociedad de amplia impronta machista y discriminatoria? ¿Cómo hablar e interactuar en el ámbito de las instituciones educativas?

Quienes nos ocupamos y preocupamos por la educación estamos convencidos de que el cambio cultural se construye con una educación que nace en el seno de la familia y que se prolonga y extiende en la escuela alrededor de valores como la conciencia social, la tolerancia, el respeto y la igualdad, rechazando las discriminaciones, desigualdades y hegemonías.

Referencias y otras fuentes de consulta: