Hace apenas más de una década y en pleno apogeo de la cultura de la imagen, Giovanni Sartori publicó su obra:
"Homo videns. La sociedad teledirigida" en la que expone su tesis sobre los efectos de la televisión y el video que, al formar parte de la vida de la gente, son una presencia permanente, constante y diaria en los hogares y es allí donde los chicos acceden desde tempranísima edad a sus imágenes, formatos y géneros.
Desde esa premisa, este sociólogo y filósofo sostiene que se ha pasado del "homo sapiens", producto de la cultura letrada, al "homo videns" que tiene en la imagen su principal objeto cultural y que ello ha modificado radicalmente al sujeto empobreciendo su capacidad cognoscitiva y su pensamiento abstracto a través de una programación pobre.
Es que la televisión con bajo perfil de contenidos en la que se banalizan, distorsionan, trivializan y recortan tanto hechos, situaciones como la información, parece no fomentar la formación intelectual ni la sensibilidad social ni la tolerancia cultural.
Tampoco nos olvidamos de esa frase contundente del gran Federico Fellini: "La televisión es el espejo en donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural".
Entendemos que esa postura de Sartori en la que se observa al televidente/espectador como un esclavo de la imagen, puede sonar bastante radical y debería confrontarse con otros factores socio-culturales, económicos y tecnológicos que hoy influyen en los llamados consumos culturales de chicos, adolescentes y jóvenes de todas las latitudes. Precisamente los nuevos estudios culturales de la recepción -que se expandieron hacia la década de los 80- han rechazado la hipótesis sobre la fuerza manipuladora de los medios y la idea de que los receptores o espectadores son una tabula rasa que reciben los mensajes sin filtros.
Por el contrario, desde una concepción de base etnográfica que asume la complejidad de un proceso que se caracteriza por su diversidad y sus contradicciones, investigadores europeos como Klaus Jensen y Karl Rosengren y de América Latina como Fuenzalida, Orozco, Martín-Barbero y Jacks reconocen que los receptores son activos en tanto decodifican, interpretan y producen significados de acuerdo con los valores propios o con la información recibida de otras fuentes y siempre desde su contexto socio-histórico. Y ellos también son capaces de imponer nuevas formas de consumo, decodificación y de usos sociales de los medios, como lo vemos a diario ya sea, por ejemplo, usando las redes sociales para convocar a "rateadas" escolares o para reunirse en un espacio abierto para "pegarse con almohadas".
La institución educativa al igual que los adultos no pueden estar ajenos a los modos y formas de conexión y de relación que se instala entre los estudiantes (nativos digitales), si lo que se intenta es formarlos a partir de sus expectativas, intereses y necesidades, en articulación con los objetivos y contenidos legitimados por la sociedad y la cultura.
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