18 junio 2010

¡Hasta siempre, José Saramago!

Hoy nos llegó una triste noticia: José Saramago murió en su casa de Lanzarote, en las Islas Canarias, a los 87 años. El escritor admirable y sublime que mereció el Premio Nobel de Literatura en 1998, el periodista atento a las mil y una caras de la realidad y sobre todo, el hombre comprometido éticamente con el mundo y que era conocido por su carácter quijotesco.

Su anclaje en la realidad lo llevó a ocuparse y pronunciarse sobre muchos problemas de la sociedad contemporánea, como el texto "Educación e instrucción" (publicado en Diario de Cuyo):
“Una cosa es instrucción y otra cosa es educación. Educar es una actividad que siempre se la relaciona con la escuela, pero no es así. Mis padres, mis abuelos, eran analfabetos y me han educado, esa educación se basa en los valores, en la solidaridad. Es un error confundir educación con instrucción, porque los analfabetos no pueden instruir, pero sí educar. Existe una idea equivocada acerca de que la escuela es la única que puede educar y en realidad no tiene condiciones ni vocación ni tiempo para hacerlo. Educar es cosa de la familia y de la sociedad. Pensar que es la escuela la que tiene que educar a los estudiantes es precisamente una de las grandes equivocaciones de nuestra sociedad y causa de la crisis en que se halla la familia. La familia debe educar porque forma parte de la sociedad, mientras que la escuela es un paraíso lejano a la vida real. Sin embargo, una escuela de calidad es la que crea felicidad a su alrededor, ya que una educación incapaz de hacer a los niños y a los individuos felices es una educación equivocada. Los maestros son unos auténticos héroes, incluso agredidos físicamente por los alumnos, víctimas de una evidente falta de respeto, sobre quienes la familia, hoy definitivamente en crisis, lanza los problemas que no es capaz de resolver.”


Sobre sus humildes orígenes y sus primeros años en Portugal, se refirió en distintas oportunidades, destacándose lo que dijo cuando recibió el Premio Nobel. Así inició su discurso:

“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir. A las cuatro de la madrugada, cuando la promesa de un nuevo día aún venía por tierras de Francia, se levantaba del catre y salía al campo, llevando hasta el pasto la media docena de cerdas de cuya fertilidad se alimentaban él y la mujer. Vivían de esta escasez mis abuelos maternos, de la pequeña cría de cerdos que después del desmame eran vendidos a los vecinos de nuestra aldea de Azinhaga, en la provincia del Ribatejo. Se llamaban Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha esos abuelos, y eran analfabetos uno y otro…”


¡Cuánta sabiduría que nos dejó! Hasta siempre, Saramago!!

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