Si bien desde la aparición de la red internet mucho se ha escrito sobre las promesas y bondades que ella generaría para el campo educativo, a más de una década de aplicación de las TIC se replican voces que con cautela y actitud crítica habían alertado sobre los sucesivos mitos tecnológicos que se habían instalado en las prácticas educativas.
Jesús Beltrán Llera (2001), de la Universidad Complutense de Madrid, había sostenido que "La realidad de las nuevas tecnologías aplicadas a la educación comienza con una serie de profecías fallidas:
En la década de los años 20, se decía que los dibujos reemplazarían a los libros de texto;
En la década de los 30, la radio se convirtió en el epicentro de un nuevo tipo de clase:
En la década de los 50, la televisión se presentaba como el futuro de la educación;
En la década de los 60, la "enseñanza asistida por ordenador" iba a desplazar a los profesores;
Ahora se dice que la escuela del siglo XXI es la web".
Sin lugar a dudas, esa matriz mitificadora de los objetos y artefactos tecnológicos en el contexto educativo tampoco ha dado, en los albores de este siglo, los resultados esperados en términos de igualdad, excelencia y democratización de la educación. La solución de los problemas sociales, culturales, políticos y económicos de un pueblo no se resuelven a partir de un único factor como el educativo, aunque sabemos de su relevancia para la formación de ciudadanos y pueblos emancipados. Y el mejoramiento de la educación no pasa meramente por políticas de equipamiento informático y de integración de las TIC al curriculum.
Si no encuadramos las nuevas alfabetizaciones y las competencias múltiples en un proyecto educativo sostenido, de largo alcance, equitativo y transformador, las TIC serían un contenido más dentro de un modelo de corte trasmisivo y reproductor de pautas culturales homogeneizadoras y hegemónicas.
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Jesús Beltrán Llera (2001), de la Universidad Complutense de Madrid, había sostenido que "La realidad de las nuevas tecnologías aplicadas a la educación comienza con una serie de profecías fallidas:
En la década de los años 20, se decía que los dibujos reemplazarían a los libros de texto;
En la década de los 30, la radio se convirtió en el epicentro de un nuevo tipo de clase:
En la década de los 50, la televisión se presentaba como el futuro de la educación;
En la década de los 60, la "enseñanza asistida por ordenador" iba a desplazar a los profesores;
Ahora se dice que la escuela del siglo XXI es la web".
Sin lugar a dudas, esa matriz mitificadora de los objetos y artefactos tecnológicos en el contexto educativo tampoco ha dado, en los albores de este siglo, los resultados esperados en términos de igualdad, excelencia y democratización de la educación. La solución de los problemas sociales, culturales, políticos y económicos de un pueblo no se resuelven a partir de un único factor como el educativo, aunque sabemos de su relevancia para la formación de ciudadanos y pueblos emancipados. Y el mejoramiento de la educación no pasa meramente por políticas de equipamiento informático y de integración de las TIC al curriculum.
Si no encuadramos las nuevas alfabetizaciones y las competencias múltiples en un proyecto educativo sostenido, de largo alcance, equitativo y transformador, las TIC serían un contenido más dentro de un modelo de corte trasmisivo y reproductor de pautas culturales homogeneizadoras y hegemónicas.
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