12 octubre 2015

Buenos lectores, buenos estudiantes


En la educación superior es donde se manifiestan de modo contundente e inquietante las competencias lectoras y de escritura que los estudiantes han logrado desarrollar en la educación básica en una sociedad en donde hoy las tecnologías de la información y la comunicación estimulan y multiplican el envío de mensajes cortos, abreviados y fugaces que no son apropiados para contextos académicos con una alta exigencia en el pensamiento reflexivo y la construcción de conocimientos.

Felipe Garrido, profesor y director adjunto y miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, en su artículo “Leer y escribir para ingresar a la educación superior” plantea que existe una relación directa, probada, entre el nivel de lectura de los estudiantes y su rendimiento escolar, y que los mejores alumnos son mejores lectores que sus compañeros.

Desde esa realidad, Garrido considera que las instituciones educativas “deben ir más allá de la alfabetización y formar lectores capaces de escribir”, argumentando que “Un lector capaz de producir textos está entrenado para construir la comprensión. Ha aprendido a muestrear, a anticipar, a inferir, a relacionar datos, a rectificar lo que va entendiendo mientras sigue leyendo –estos mecanismos se adquieren sólo con la lectura misma–, a reconocer las lagunas en su formación, a darse cuenta de lo que entiende –un lector incipiente o mal formado no se pregunta si está comprendiendo lo que lee– y lo que no alcanza a entender. Estar al tanto de lo que no se entiende es indispensable para construir la comprensión.  
Un lector capaz de escribir termina por contraer la manía de entender; llega el momento en que exige explicaciones y no las acepta a medias. Un lector capaz de escribir continúa aprendiendo, multiplicando experiencias, madurando, ampliando horizontes durante toda la vida. A final de cuentas, todos terminamos por ser autodidactos y cada quien sabe hasta donde cada quien lee. Ejercitarse en la escritura, por su parte, es una manera de adiestrarse en el arte de pensar” (2014:148).


Coincidimos con Garrido cuando señala que para lograr esos propósitos es imprescindible que los docentes sean buenos lectores y promotores de la lectura y la escritura, entendiendo que “Leer para entender y escribir con orden y claridad es el cimiento de la educación” (2014:150).


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