En los sistemas educativos afectados por la pandemia hemos visto un fenómeno transversal y generalizado centrado en la búsqueda de acciones y estrategias que permitieran reemplazar a las clases presenciales de todos los niveles educativos y en tal sentido, las tecnologías de la información y la comunicación se convirtieron en un aliado indiscutible de las autoridades, directivos y docentes. Denominaciones como educación a distancia, educación virtual y educación en línea pasaron a ser parte del vocabulario de los actores de la comunidad educativa, incluyendo a padres y madres de alumnos y alumnas de la educación básica.
Sin lugar a dudas, el esfuerzo, la preocupación y el compromiso por generar otros espacios y formatos de educación también fueron acompañados por una alta improvisación e inmediatez, factores poco convenientes al momento de organizar y gestionar una educación a distancia de calidad que garantice igualdad de oportunidades, equidad e inclusión.
Así, en ese contexto atravesado por la inmensa crisis sanitaria, los/as directivos/as, docentes, alumnos/as, padres/madres de familia, protagonizaron una inmersión obligada y sin previa capacitación, en el desarrollo de propuestas de educación a distancia. La experiencia en esta opción pedagógica nos obliga a plantear que existen principios, requisitos y condiciones que abonan un desarrollo pertinente y apropiado de la misma, unidos a un tiempo indispensable para la planificación, organización y producción de los materiales didácticos y recursos tecnológicos que sostendrán los procesos de enseñanza y de aprendizaje.
Ello nos lleva a pensar que la improvisación empujada por la crisis, dejó a un lado un conjunto específicos de lineamientos y criterios fundamentales para el desarrollo de la educación a distancia. Sin estar formados o capacitados para trabajar con esa modalidad, muchas universidades y docentes reconvirtieron sus métodos de enseñanza e hicieron lo posible para entrar en la ola, sin poder elegir o discutir sus especificidades pedagógico-didácticas y comunicacionales, sus requerimientos tecnológicos y sus implicancias institucionales y socio-culturales.
En ese escenario de emergencia, es oportuno y pertinente que nos preguntemos si las experiencias realizadas constituyen buenas prácticas de educación a distancia y si configuran un cabal ejemplo de la forma de organizar, desarrollar y gestionar estudios con la modalidad. Una pregunta clave es preguntarnos, por ejemplo, si el docente que sólo da clases trasmitiendo saberes frente a una cámara, conforma un modelo pedagógico-didáctico potente y recomendable para la educación a distancia desde una perspectiva socio-constructivista del aprendizaje. En el marco de este debate resulta interesante leer un artículo publicado el 11/06/2020 en El País, bajo el título: “Lo que hacen las universidades no se puede llamar educación
‘online’”, en donde Josep A. Planell, rector de la Universitat Oberta de
Catalunya, nos plantea algunos aspectos imbricados, entre los cuales incluye la brecha digital que puso en evidencia este tiempo de pandemia.
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