En tiempos de tantas rupturas y cambios, el ámbito educativo no resulta ajeno a nuevos debates que requieren apartarse de las preguntas clásicas y tradicionales de las ciencias de la educación, la filosofía, la ciencia política, la sociología... para perfilar nuevos lineamientos y prácticas.
Dentro de esa línea, Marina Garcés ha publicado "Escuela de aprendices" (2020, Galaxia Gutenberg, Barcelona), un libro que nos invita a reflexionar a partir de sus ideas: "La educación no es un asunto que se pueda resolver solamente con innovación ni, tampoco, solamente con metodologías más sofisticadas. Es una práctica de renovación constante que pone en juego metodologías diversas, pero que se juega su sentido en otra pregunta: ¿por qué aprendemos? ¿Con quién y bajo qué horizonte de sentido?. El principal problema que reconoce el debate pedagógico actual parece ser, pues, el de cómo nos adaptaremos a aquello que no sabemos cómo será y cómo hacerlo de la manera más efectiva posible.
La crisis de mundo queda reducida así al imperio de lo imprevisible y los buenos resultados educativos a la capacidad de generar respuestas efectivas para ello. Desde este paradigma, el único conflicto es la competitividad. ¿Quién será más capaz, ya sean individuos o sociedades, de generar estas respuestas eficientes para adaptarse a los cambios? Así, el debate queda deliberadamente neutralizado como una rivalidad entre metodologías. Pueden ser más o menos efectivas, más o menos seductoras, más o menos acertadas…"
La sinopsis del libro avanza en la posición de Garcés:
"La educación es el sustrato de la convivencia, el taller
donde se ensayan las formas de vida posible. Por eso, el capitalismo cognitivo
se ha tomado en serio la tarea de asaltar todos sus campos: la educación formal
y la informal, los recursos, las herramientas y las metodologías. La
presencialidad y la virtualidad. La infancia y la formación a lo largo de la
vida. La educación no sólo es un gran negocio. Es un campo de batalla donde la
sociedad reparte, de forma desigual, sus futuros. Dicen los pedagogos que hay
que cambiarlo todo, porque el mundo ha cambiado para siempre. Esta afirmación
esconde las preguntas que nos dan más miedo: ¿de qué sirve saber cuando no
sabemos cómo vivir? ¿Para qué aprender cuando no podemos imaginar el futuro?
Estas preguntas son el espejo donde no nos queremos mirar. Nos da vergüenza no
tener respuestas y resulta más fácil disparar contra maestros y educadores.
¿Cómo queremos ser educados? Ésta es la pregunta que una sociedad que se quiera
mirar a la cara tendría que atreverse a compartir. Nos implica a todos. Todos
somos aprendices en el taller donde se ensayan las formas de vida posibles.
Educar no es aplicar un programa. Educar es acoger la existencia, elaborar la
conciencia y disputar los futuros. Dentro y fuera de las escuelas, la educación
es una invitación: la invitación a tomar el riesgo de aprender juntos, contra
las servidumbres del propio tiempo."