"A dos hombres venero yo en este mundo: al labrador sufrido de mano callosa y nervuda, en la que permanecerá para siempre una real e indeleble majestad, puesto que en ella está el cetro de este mundo.
Y a aquel que trabaja por las imprescindibles necesidades del espíritu; no por el pan cotidiano, sino por el pan de la verdadera vida".
Thomas Carlyle
Thomas Carlyle
Oswaldo Guayasamín
La clásica oposición y división que diferentes sociedades y culturas han establecido entre trabajo manual y trabajo intelectual, es superada en la magnífica mirada puesta en la frase de Thomas Carlyle.
En un mundo cada vez más alejado del contacto con la naturaleza y dominado por innumerables artefactos industriales y medios tecnológicos que ofrecen una "realidad virtual", puede resultar interesante replantearnos el significado del trabajo artesanal y manual. Retomo el pensamiento del antropólogo Claude Levi-Strauss quien, al recibir en 1986 el Premio Internacional Nonino en Italia, expresó lo siguiente:
(...) Desde el advenimiento de la civilización industrial, el trabajo pasó a ser una operación en un sentido único, donde el hombre –sólo él, siendo activo – modela una materia inerte y le impone soberanamente las formas que le convienen.
Las sociedades estudiadas por los etnólogos tienen del trabajo una idea muy distinta. Lo asocian a menudo al ritual, al acto religioso, como si en ambos casos el fin fuera entablar con la naturaleza un diálogo en virtud del cual naturaleza y hombre pueden colaborar: concediendo ésta al otro lo que espera, a cambio de los signos de respeto, o de piedad incluso, con los cuales el hombre se obliga ante una realidad vinculada al orden sobrenatural.
Subsiste aún hoy una complicidad entre esa visión de las cosas y la sensibilidad del campesino y el artesano tradicionales. Éstos, efectivamente, por seguir manteniendo un contacto directo con la naturaleza y con la materia, saben que no tienen derecho a violentarlas, sino que deben tratar pacientemente de comprenderlas, de atenderlas con cautela, diría casi de seducirlas, a través de la demostración permanentemente renovada de una familiaridad ancestral hecha de cogniciones, de recetas y de habilidades manuales transmitidas de generación en generación.
Por eso el trabajo manual, menos alejado de lo que parece del pensador y del científico, constituye asimismo un aspecto del inmenso esfuerzo desplegado por la humanidad para entender el mundo: probablemente el aspecto más antiguo y perdurable, el cual, más próximo a las cosas, es también el más apto para hacernos captar concretamente la riqueza de éstas, y para nutrir el asombro que experimentamos ante el espectáculo de su diversidad.
Fuente: Revista Ñ, Clarín, 24 mayo 2008.
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