05 julio 2013

Investigar la enseñanza con TIC


Cuando incorporamos las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) a las  prácticas educativas nos planteamos problemas, preguntas y propósitos que requieren ser analizados e interpretados en el terreno de las acciones, en la observación y reflexión de la realidad vivida, tratando de comprender los procesos socio-cognitivos que se activan, las interacciones que se entablan entre los actores y los significados construidos.


Son muchas las cuestiones que surgen en ese proceso de acción y reflexión: 

¿En qué contexto y para qué se utilizan las TIC? ¿Qué estrategias y criterios tuvo en cuenta el docente al incorporar las TIC en la propuesta de enseñanza?
¿Hubo un aprovechamiento del potencial didáctico de las herramientas utilizadas? ¿Qué motivos y situaciones alteraron o modificaron los objetivos esperados en torno al uso de las TIC?
¿Qué logros, dificultades, necesidades y requerimientos surgieron en el desarrollo de la experiencia?
¿Cómo evalúa el docente el uso de las TIC en su clase y con sus alumnos? 


Pensando en las virtudes e implicancias de la actividad de enseñar e investigar la práctica educativa, retomo el pensamiento de Mario Bunge referido a la actitud científica:
“La adopción universal de una actitud científica puede hacernos más sabios: nos haría más cautos, sin duda, en la recepción de información, en la admisión de creencias y en la formulación de previsiones; nos haría más exigentes en la contrastación de nuestras opiniones, y más tolerantes con las de otros; (…) robustecería nuestra confianza en la experiencia, guiada por la razón, y nuestra confianza en la razón contrastada por la experiencia; nos estimularía a planear y controlar mejor la acción, a seleccionar nuestros fines y a buscar normas de conducta coherentes con esos fines y con el conocimiento disponible, en vez de dominadas por el hábito y por la autoridad; daría más vida al amor a la verdad, a la disposición a reconocer el propio error, a buscar la perfección y a comprender la imperfección inevitable (...)” 
Fuente: Bunge, M. La investigación científica. Siglo XXI. México, 2000, p. 30.